Son las 7 de la mañana, y el sol abrasador del verano brilla mientras estoy sentada en la panga (una pequeña lancha o canoa) en el mar de Cortés en Baja California Sur, México.
Miro a mi amigo pescador, quien contempla el horizonte. “Lo que todo el mundo debe entender es que nunca dejaremos de ser pescadores, eso es lo que siempre seremos”, dice.
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Lo conocí en 2021, cuando llegué por primera vez al calor de casi 40 grados (100 Fahrenheit) de Baja California Sur, ansiosa por ver como la acuicultura, que, como me gusta explicarlo, es como hacer agricultura en el agua, estaba ayudando a las comunidades costeras a recuperar sus recursos pesqueros. Solo necesité una semana de hablar y conocer personas mientras tomábamos “ballenas” (como le dicen a las jarras grandes de cerveza) para darme cuenta de lo equivocada que estaba. A los cinco minutos de estar en su proyecto de acuicultura de ostras, me di cuenta de que esto no era para nada lo que había imaginado. Uno de los pescadores trabajando en el proyecto me dijo, “¿cuál es el punto de la acuicultura si no me siento bien o feliz?” A lo largo de los años, escuché el mismo sentimiento una y otra vez. Y en esa panga, mi amigo había cristalizado ese lamento comunitario.
En la última década, la acuicultura, comúnmente entendida como la reproducción, cría y producción de peces, crustáceos, algas y otros organismos en medios acuáticos, se ha extendido rápidamente. Esta expansión es frecuentemente propuesta como una solución al declive de las pesquerías, que en los últimos años se han reducido considerablemente. Para los pescadores artesanales en comunidades marginadas, especialmente en el Sur Global, la pesca representa el 90% de sus ingresos y puestos de trabajo. De Ghana a Bangladesh, de Vietnam a Kenia, pasando por México, las comunidades han adoptado la acuicultura como remedio a la disminución de las poblaciones de peces. El crecimiento de la acuicultura es un pilar central de la Economía Azul, una serie de políticas que prometen beneficios sociales y económicos a las comunidades que la implementan.
Sin embargo, después de escuchar las voces de las comunidades pescadoras artesanales en México, he empezado a cuestionar la expansión de la acuicultura como la Economía Azul. La acuicultura no solamente está fallando en cumplir con sus promesas económicas, sino que también está dejando a los pescadores sintiéndose infelices, vacíos y extrañando su cultura. En un mundo en el que el cambio climático y sus impactos son cada vez más evidentes para las comunidades pescadoras artesanales, los investigadores, creadores de política pública y agencias de cooperación necesitamos cambiar nuestro enfoque de la ganancias económicas de la Economía Azul al bienestar de las comunidades, y crear políticas que pongan en el centro a las personas y sus derechos.
¿Qué es la Economía Azul?
En el papel, la Economía Azul suena muy bien. Un concepto central en las narrativas de muchas agencias promotoras del desarrollo, es presentada como una forma de obtener ganancias económicas del océano para los países de ingresos bajos en el Sur Global, a la par que se promueve la seguridad alimentaria, el desarrollo económico, la inclusión social y la sostenibilidad ambiental. Algunos ejemplos de proyectos de la Economía Azul son las Áreas Marinas Protegidas (AMP) y la promoción de la acuicultura, que son vistas como formas de dar beneficios económicos a las comunidad y simultáneamente ayudar en la restauración de ecosistemas impactados por la sobrepesca.
No obstante, estas políticas ignoran las complejas realidades culturales de las comunidades pesqueras. En mis conversaciones con miembros de la comunidad en Baja California, me tope con que ellos ven la acuicultura como un trabajo aburrido que les puede dar algunos beneficios económicos. Al escucharlos decir cosas como “la acuicultura es aburrida, pescar es divertido”, entendí que lo veían como una actividad en la que no estaban ejerciendo como pescadores. Y cuando los escuché decir cosas como “extraño la libertad y la cultura de salir a pescar”, entendí que para ellos, pescar no es algo que hacen por el dinero o como un trabajo. Es una forma de vida, una red que lanzan al pasado y que los conecta con los recuerdos de sus bisabuelos quienes, como ellos, eran pescadores y buceadores, y enseñaron a sus abuelos – que a su vez enseñaron a sus padres – a serlo. Como me dijo uno de ellos, “la pesca es todo lo que hay”.
Esta desconexión surge del hecho de que las ideas fundamentales de la Economía Azul casi siempre son concebidas en una escala global y nacional, principalmente por agencias del desarrollo y los gobiernos. Estas políticas suelen dejar por fuera los valores sociales, culturales e históricos de las comunidades pescadoras costeras, lo que puede tener consecuencias indeseadas, como alterar la cohesión social de la comunidad, especialmente si algunos individuos perciben más beneficios de la acuicultura que otros; empujar a la pesca ilegal a quienes desean mantener las prácticas pesqueras tradicionales; crear más problemas medioambientales, como la potencial contaminación del agua donde se practica la acuicultura; y hacer que las comunidades sean vulnerables a crisis externas, como huracanes y pandemias.
De cierta forma, pedirle a una comunidad pesquera que se dedique a la acuicultura y renuncie a la pesca es como pedirle a una comunidad de cazadores que se conviertan en agricultores – y que estén felices con ese cambio monumental en sus formas de vida.
Un paso más allá: la Justicia Azul
Para que la Economía Azul tenga éxito, sus políticas deben respetar e incorporar las tradiciones y los valores de las comunidades a las que pretende beneficiar. Esto requiere un cambio de políticas que van desde arriba hacia abajo hacia acercamientos más participativos e incluyentes que tengan en cuenta las necesidades y aspiraciones de los pescadores locales. Esta nueva aproximación ha sido apoyada por muchas comunidades, académicos y profesores que se han unido en el movimiento denominado Justicia Azul. Inspirándose en la teoría por la justicia ambiental, el movimiento de la Justicia Azul examina cómo la economía azul y las iniciativas de “crecimiento azul” impactan a las comunidades costeras y pescadores artesanales, y busca que las comunidades estén en el corazón de las narrativas del desarrollo, asegurándose de que tengan una voz en estos procesos.
El año pasado, durante una conversación con mis amigos pescadores en Baja California, les pregunté cómo se vería la acuicultura en sus comunidades si tuvieran el poder de decidirlo. Uno de los líderes comunitarios respondió, “el gobierno y otras organizaciones deberían entender que no vamos a dejar de pecar nunca. Nacimos en el agua”. El consenso fue claro: sus tradiciones y costumbres deberían incorporarse a las políticas y éstas deberían ser lo suficientemente flexibles como para permitirles elegir cuánto tiempo dedicar a la pesca o a la acuicultura. Más importante aún, debería ser aceptado si decidieran no hacer acuicultura.
Hay que reconocer que cambiar las perspectivas políticas de un enfoque económico a otro centrado en la comunidad es difícil y a menudo descorazonador. Ha habido momentos en los que me he sentido profundamente desanimada, ya que hacer que los responsables de la toma de decisiones comprendan la importancia de incorporar el bienestar de las comunidades y sus perspectivas es extremadamente difícil. Sin embargo, confío en que el cambio llegará si seguimos escuchando y empoderando a estas comunidades, como ya está ocurriendo.
En Roatan, en Honduras, hay una iniciativa liderada por jóvenes científicos locales que da voz y liderazgo a la juventud de la isla y hace que vigilen y gestionen sus recursos naturales, como los arrecifes de coral y los manglares. Proyectos como Ocean Defenders están centrando las voces de comunidades infrarrepresentadas de todo el mundo afectadas negativamente por las iniciativas de la Economía Azul. Además, investigadores de diversos campos como la economía, la sociología, los estudios feministas y las ciencias medioambientales se están uniendo para reflexionar de forma crítica sobre cómo ofrecer soluciones mejores y más equitativas a las comunidades afectadas por las actuales narrativas de la Economía Azul, creando la red Ocean Nexus.
Durante mi último viaje de campo, en la primavera del 2024, creé unos folletos para la comunidad. Quería regresarles todo el conocimiento que habían compartido conmigo. Los folletos contenían información importante para que, si algún día deciden que quieren dedicarse a la acuicultura, sepan cómo hacerlo por sí mismos. Las páginas estaban llenas de citas de entrevistas, fotos de momentos compartidos y un marco completo para una política de acuicultura basada en los principios de la Justicia Azul. Uno de mis amigos pescadores, con los ojos llorosos, se limitó a decir “Gracias”. Esta sencilla pero profunda expresión de gratitud reafirmó mi creencia en la importancia de dar voz a las comunidades a la hora de forjar su futuro.
Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico que reimaginan soluciones para un planeta justo y saludable.