Cómo las tradiciones culinarias de mi familia abrieron mis ojos a las amenazas ambientales invisibles

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Cada día de la Independencia de México, Día de Muertos y Navidad, mi abuela prepara platillos clásicos como pozole y romeritos usando su preciada vajilla de barro vidriado.


Cuando era niña, estas cenas eran lo más esperado del año – sabores bañados en tradición, recuerdos plasmados en cada plato. La cocina viva con el aroma de las especias, las risas de la familia haciendo eco en el aire y la vajilla de barro brillando bajo una luz tenue, conteniendo la esencia de nuestra cultura. Era una escena sacada de un libro. Pero no tenía idea de que dentro de esas hermosas ollas se escondía un intruso silencioso en nuestras tradiciones culinarias y nuestros flujos sanguíneos, ensombreciendo nuestros momentos más preciados.

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A pesar de haber pasado siete años practicando medicina, fui completamente ignorante de este peligro en nuestras cocinas hasta mi adultez. Esta revelación vino después de que abandonara la medicina para convertirme en una estudiante de toxicología en los Estados Unidos, cuando me di cuenta de que los mexicanos estamos expuestos, sin saberlo, al plomo a través de esta amada tradición, ya que el metal dañino para el cerebro se oculta en muchas de estas vasijas de barro, filtrándose a nuestros alimentos y bebidas.

Para mí, fue como despertar a la realidad de los insidiosos daños medioambientales y a la inadecuada formación y respuesta que tenemos los profesionales de la salud ante ellos.

Las tradiciones tienen un profundo significado en nuestras vidas, casi siempre hacen parte de la columna vertebral de nuestra cultura y nuestra identidad. Sin embargo, cuando algunas prácticas preciadas representan un riesgo de salud oculto, tal como la exposición al plomo por las vajillas de barro vidriado, surge un conflicto entre conservar nuestra cultura y nuestra salud. A pesar de los bien documentados peligros del plomo, está práctica persiste en muchos hogares mexicanos, en parte debido a la falta de conocimiento y la poca intervención por parte del campo médico frente a este problema. Mi travesía descubriendo este peligro pone sobre la mesa la urgente necesidad de mejorar la educación en salud medioambiental entre los médicos y subraya la importancia de encontrar soluciones que salvaguarden tanto nuestras tradiciones como nuestra salud.

Un despertar a la importancia de la salud ambiental

La exposición al plomo puede tener graves consecuencias en la salud, especialmente para la niñez. El plomo es una neurotoxina, lo que quiere decir que daña el cerebro. En las y los niños, inclusive exposiciones muy pequeñas pueden terminar afectando el desarrollo cerebral, reducir sus puntajes de IQ, causar desórdenes de atención y precipitar comportamientos agresivos y violentos. La exposición al plomo también puede causar anemia, hipertensión y daño renal, cardíaco y reproductivo. No hay un nivel seguro de exposición a este metal, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.

Al aprender todo esto, no podía quitarme de la cabeza la imagen del pozole de mi abuela, un plato que simboliza su amor y nuestra cultura, ahora arruinado por las ollas que le daban vida. Deshacerme de la vajilla de mi abuela se sentía como traicionar nuestra cultura. No debería ser así, no deberíamos tener que sacrificar nuestras tradiciones para estar seguros. Así comenzó mi viaje de introspección y activismo, impulsado por el deseo de proteger nuestras tradiciones sin dejar de cuidar nuestra salud.

Regresar al mundo académico después de practicar medicina en México fue aterrador. Muchos lo consideraron tonto. Pero en medio del escepticismo y las inseguridades, había un destello de claridad: entre más entendía los impactos que tiene el medio ambiente en la salud, más sentido tenían muchas experiencias que viví durante esos años como médica. Traté a incontables pacientes con enfermedades que pudieron haberse prevenido, pero mi falta de educación en salud ambiental no me permitió ver eso en ese entonces. Este desconocimiento sigue siendo generalizado, ya que las facultades de enfermería y medicina de México aún no han incorporado ninguna formación en salud ambiental. Como solía decir uno de mis profesores, “los ojos no pueden ver lo que la mente no sabe”. ¿Cómo podemos esperar que los profesionales de la salud estén alertas a estos peligros si nunca se les ha enseñado a reconocerlos o identificarlos?

Un peligro oculto en el barro vidriado 

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Una de las cosas más difíciles al migrar a otro país es recordar lo que ya no puedes hacer. Para mí, eran los fines de semana. En México, podía visitar a mis abuelos, quienes vivían en la misma calle y disfrutar de una comida con ellos o con toda la familia. Las memorias de poder hablar con mis primos sobre sus vidas y ver crecer a mis sobrinos mientras disfrutaba la comida preparada por mi abuela me mantenían a flote. Cada vez que pensaba en esos momentos, la misma imagen de la vajilla de barro vidriado regresaba a mi mente.

El uso de plomo en la cerámica tradicional es una costumbre que llegó con las comunidades españolas. Si bien España eliminó la práctica en el siglo XVIII, en México sigue estando profundamente arraigada en las tradiciones de la alfarería tradicional, con un estimado de 70.000 alfareros en el país. Un estudio reciente demostró que otros países en América Latina, África y el Sudeste Asiático parecen tener un problema similar de plomo en los implementos de cocina hechos de barro.

Debido al proceso tradicional de cocción del barro, la mayoría de hornos en los talleres de los artesanos son abiertos y no logran alcanzar las altas temperaturas necesarias para que el plomo se fije a la pieza y no se filtre a los alimentos y bebidas. Pero inclusive para aquellos artesanos que trabajan con hornos cerrados, hay un riesgo de exposición al tóxico para ellos y sus familias al trabajar con el esmalte que contiene plomo.

Esta amenaza a la salud es particularmente importante para las poblaciones más marginalizadas. Si bien mi familia solo usaba la vajilla de barro en ocasiones especiales, millones de mexicanos dependen de ella para comer diariamente. Esta dependencia es especialmente marcada para las comunidades con problemas económicos o que pertenecen a comunidades indígenas. Desafortunadamente, las áreas donde viven estas comunidades suelen superponerse con regiones en donde las industrias más contaminantes están asentadas, multiplicando las injusticias medioambientales y la contaminación a la cual se enfrentan.

En un mundo ideal, cada mexicano debería poder disfrutar sus platillos más queridos usando su vajilla preferida. ¿Cómo resuelves un problema que afecta las vidas de millones de mexicanos mientras los animas a mantener vivas sus tradiciones?

Actuando en contra del plomo 

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En 2019, me uní a Mundo Químico, un grupo de científicos mexicanos y profesionales comprometidos con el desarrollo de políticas y programas en salud ambiental en el país. La exposición al plomo en México sigue siendo invisible para los tomadores de decisiones, lo que se traduce en escasez de fondos y el desinterés del gobierno. La naturaleza insidiosa de los problemas de salud medioambiental hace que sean difíciles de detectar, especialmente para aquellos que no están siendo directamente afectados. En consecuencia, las iniciativas gubernamentales se quedan cortas, perpetuando el ciclo de desatención. Esta invisibilidad socava los esfuerzos por combatir la exposición al plomo y agrava las injusticias medioambientales a las que se enfrentan las comunidades marginadas. Como resultado, la última encuesta nacional de salud y nutrición en México encontró que alrededor del 17% de los niños de 1 a 4 años sufren de intoxicación por plomo.

En respuesta, Mundo Químico ha estado colaborando desde 2019 con varias entidades gubernamentales para enseñarle a los artesanos a producir su hermosa cerámica usando una técnica de vidriado libre de plomo, así como desarrollando un sello que identifique a estos productos como libres de plomo. Con esto, buscamos preservar la herencia cultural mientras cuidamos la salud y seguridad de los artesanos y los consumidores.

Nuestro reto más grande sigue siendo lo invisibles que son estos problemas para los tomadores de decisiones y el público en general. Este tipo de problemas de salud se suelen manifestar a lo largo de los años, haciendo que sea difícil para las personas conectarlos con las fuentes de contaminación que los causaron – una tarea titánica inclusive para los profesionales de la salud. Esta ignorancia le da una ventaja injusta a las industrias contaminantes.

Por demasiado tiempo, México ha descuidado la protección de su población frente a las sustancias químicas. Esto debe parar. Necesitamos soluciones integrales que prioricen la salud y el bienestar de los mexicanos. Necesitamos formar a los profesionales sanitarios en salud ambiental para evitar descuidos como los que yo cometí, diagnosticando erróneamente a pacientes expuestos a contaminantes comunes. Necesitamos programas más fuertes y políticas públicas más estrictas para eliminar el esmalte que contiene plomo de nuestras prácticas culturales. Es tiempo de reemplazar políticas que favorecen los intereses de la industria por medidas de salud pública que prioricen la seguridad de los individuos y de las comunidades mientras protegen nuestras tradiciones. A través de estos esfuerzos coordinados, podemos allanar el camino hacia un futuro más sano, en el que las tradiciones culturales y el bienestar coexistan armoniosamente.

Casi una década después de dejar la práctica clínica, todavía me planteo preguntas sobre mi elección. Aun así, este camino ha reafirmado mi propósito. Si bien ya no trato enfermedades directamente, mi activismo tiene el poder de iluminar los problemas de justicia ambiental que afectan a millones de mexicanos. Esta pelea está lejos de terminar, pero me aferro a la creencia de que con perseverancia y colaboración crearemos un futuro en el que la tradición y la salud van de la mano.

Hace seis meses regresé a casa para visitar a mi abuela. A pesar de que su memoria no es tan buena y le cuesta caminar, su rostro se iluminó al verme. Durante esta visita, le compré ollas libres de plomo a uno de los artesanos con quienes hemos estado colaborando, regresandole una preciada tradición a mi familia. Fue un momento triunfal, un pequeño paso hacia una meta más grande. Cada uno de los mexicanos deberían tener la oportunidad de hacer exactamente lo mismo por sus familias, y trabajaré incansablemente hasta que este sueño sea una realidad.

Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico que reimaginan soluciones para un planeta justo y saludable.