“Tu pelo es muy encrespado, simplemente es distinto al nuestro”.
Esas palabras se repetían en mi cabeza mientras la costa californiana se desdibujaba a lo lejos. Estábamos regresando de uno de los últimos paseos universitarios a la playa cuando surgió el tema del pelo. En ese momento, sentí que las horas de esfuerzo – específicamente las aproximadamente tres horas semanales de lavarme, secarme y alisarme el pelo, lo que suma casi 625 horas o 26 días enteros en el transcurso de los cuatro años de licenciatura – habían sido en vano. Empecé a preguntarme qué sentido tenía perderme eventos, tiempo con mis amigos o tiempo extra para dormir o estudiar porque tenía que alisarme el pelo. Mas allá del tiempo, sentí que mis esfuerzos por encajar eran inútiles.
Este ensayo también está disponible en inglés
Alisarme el pelo (bien sea usando alisadores químicos o usando calor a lo largo de mi vida) era mi intento por alcanzar los estándares de belleza occidental, que ve el “pelo bueno” como el pelo más parecido al de las personas blancas – “liso, sedoso, con movimiento, manejable, sano y brillante”. Por el contrario, ve el “pelo malo” como “corto, enmarañado, rizado, nudoso, áspero, quebradizo y de aspecto lanoso”. Estos estándares de belleza atravesados por la raza se extienden más allá del pelo y determinan qué colores de piel, rasgos faciales y tipos de cuerpo son vistos como bellos.
La belleza tiene un valor real – tanto en términos sociales, económicos y físicos – y quienes están dentro de estos estándares se benefician de ella, mientras que quienes no, sufren. En los entornos laborales, por ejemplo, la mujeres negras que llevan su pelo natural son vistas como menos profesionales, menos capaces y tienen menos chance de ser recomendadas para una entrevista de trabajo comparadas con las mujeres negras que se alisan el pelo o las mujeres blancas con pelo lizo o rizado.
Pero el precio de la belleza va más allá de las interacciones sociales y las oportunidades. Y nuestros cuerpos lo pagan. Los relajantes químicos para el pelo (comúnmente usados para alisarlo), así como otros productos para estilizarlo, pueden contener químicos –naturales o hechos por los seres humanos– que alteran el sistema endocrino, que es el sistema de nuestro cuerpo encargado de regular nuestras hormonas, por lo que pueden afectar nuestra salud. Exponerse a estos químicos podría estar relacionado con una serie de condiciones de salud como la llegada temprana de la menstruación, problemas en el nacimiento de los hijos y cáncer de seno, entre otras – todas condiciones de salud que afectan a las personas negras más que a cualquier otro grupo étnico o racial.
Las personas negras soportan la mayor carga de los costos sociales, económicos y físicos de la belleza. Esto es a lo que los y las investigadoras han llamado la injusticia de la belleza –un sistema que sobrecarga a las comunidades de color, y especialmente a las comunidades negras, con los costos mentales, financieros y de salud física de la belleza. En el corazón de la injusticia de la belleza, culpamos a los individuos por usar ciertos productos sin considerar cómo su decisión de usarlos también es el resultado de otros factores a nivel social, barrial y familiar. Para alcanzar justicia respecto a la belleza, necesitamos reorientar las conversaciones, investigaciones e intervenciones para que consideren los factores más amplios que influyen en el uso de productos en lugar de centrarnos únicamente en el individuo.
Presiones por partes de los pares y los familiares frente a tu aspecto personal
Mi viaje capilar empezó mucho antes de la universidad. Recuerdo la primera vez que llegué al colegio con el pelo liso. Fue el primer día del sexto grado, mi pelo liso recogido en una coleta baja, llevaba puestos aros plateados en las orejas y una camiseta negra de la ciudad de Nueva York que había comprado en el verano durante mis compras de regreso a clases. Recibí muchos elogios respecto a mi pelo, y por fin sentí que encajaba. Sin embargo, estos elogios solo siguieron llegando cuando llevaba el pelo liso. Ahora tengo claro que la sensación de “encajar” con mis compañeros de clase y amigos en la comunidad predominantemente blanca en la que vivía, avivó mi deseo de empezar a alisarme el pelo químicamente cuando tenía trece años.
Mis experiencias son un ejemplo de cómo las relaciones o interacciones con otros pueden contribuir en el uso de productos de cuidado personal. Estas interacciones pueden ir en dos sentidos –incluyen tanto experiencias de recibir halagos cuando se lleva el pelo liso y aquellas en las que se nos dice que nuestro pelo es “poco profesional”, “descuidado”, “con frizz” o “desordenado” cuando no. Si bien es esperable recibir este tipo de comentarios de desconocidos, los amigos, la familia y otras personas de nuestras redes más cercanas también contribuyen en la forma cómo decidimos llevar el pelo y los productos que decidimos usar. De hecho, las personas negras que han oído decir a sus familiares que prefieren el pelo liso son más propensos a utilizar alisadores químicos en comparación con aquellos cuyos familiares no expresaron esta preferencia. Mirando atrás, estoy agradecida de no haber experimentado este tipo de presiones dentro de mi familia, pero soy dolorosamente consciente de que los comentarios de amigos y compañeros de clase sobre cómo “solo les gustaba mi pelo liso” o cómo “querían tocarme el pelo” cuando estaba rizado impactaron mis decisiones sobre mi peinado y los productos que utilizaba.
Exposición a químicos disruptores del sistema endocrino a través de los productos de belleza
La primera vez que me enteré de los químicos disruptores del sistema endocrino fue en un curso introductorio durante mi primer año de licenciatura. Leímos un reportaje en el New Yorker sobre el doctor Tyrone Hayes, un investigador negro que descubrió cómo la atrazina, un pesticida, afecta el desarrollo reproductivo de las ranas. El artículo entretejía con maestría las tensiones entre la industria y la ciencia, su experiencia como un investigador negro y los posibles efectos de los químicos en el medio ambiente y la salud. Al meterme más en el tema de los químicos disruptores del sistema endocrino, aprendí que aunque la exposición a este tipo de sustancias es universal, las comunidades de color, especialmente las comunidades negras, están más expuestas comparadas con otros grupos raciales y étnicos. Y estas diferencias podrían verse potenciadas por las diferencias en el uso de productos de cuidado personal, incluidos los productos para el pelo, pues somos más propensos a usar aceites y geles para el pelo, pomadas, cremas para peinar y otros productos capilares que no necesitan enjuague.
Por un tiempo ese artículo se convirtió en mi respuesta ante la pregunta de porqué decidí entrar en este campo de investigación, pues era una respuesta sencilla. Pero eventualmente me di cuenta de que había un motor más profundo para mi trabajo, que fue el tiempo en el que trabajé en Black Women for Wellness, una organización en sur de Los Angeles que lucha por los derechos de salud reproductiva de las mujeres negras. Mi tiempo allí fue una experiencia de aprendizaje profesional y personal. Esta fue una de las primeras veces en las que estuve físicamente rodeada por una comunidad negra, lo cual vino con sus propias consideraciones al ser de raza mixta (a veces, los miembros de la comunidad me lanzaban comentarios preguntándome por “dónde estaba la mujer negra [en mí]” o sobre cómo “Marissa solo va a entenderlo a medias”, lo que a veces me hacía sentir más sola que parte de la comunidad). Sin embargo, fue allí donde me di cuenta de que la razón por la que estoy en este campo de investigación no es ese artículo, sino mis propias experiencias capilares, muchas de ellas compartidas por quienes conformamos la comunidad negra.
Esas experiencias me llevaron a mi investigación actual en el Laboratorio para la Justicia Reproductiva Ambiental en la escuela de Salud Pública T.H. Chan, en Harvard. Quiero entender qué factores a nivel comunitario y barrial pueden estar influyendo en el acceso a productos de cuidado capilar seguros e influencian los patrones de uso de los mismos, así como proponer soluciones lideradas por la comunidad. Hasta ahora, hemos encontrado que en los vecindarios de Boston en los que predominan las comunidades de color y/o con menores ingresos hay más productos capilares nocivos o inseguros en las farmacias y otras tiendas que en las comunidades predominantemente blancas y ricas.
Esta investigación subraya la importancia de entender que, en últimas, la decisión de usar ciertos productos de cuidado personal no es solamente individual – hay factores relacionales, comunitarios, barriales y sociales que influyen en ella.
El camino hacia la justicia en la belleza
Hemos avanzado en el camino hacia productos más seguros. Cada vez más los consumidores están buscando productos que no contengan ciertos ingredientes o químicos. Los fabricantes y las compañías están adquiriendo compromisos públicos para formular sus productos omitiendo ciertos ingredientes. Y, recientemente, el Acta de Modernización de las Regulaciones Cosméticas se convirtió en ley, lo cual representa la actualización más importante de las leyes de regulación de la industria cosmética en Estados Unidos desde 1938. Asegurarnos de que existan productos más seguros es un paso importante. Sin embargo, garantizar que todos puedan acceder a productos más seguros no es el objetivo del movimiento de productos más seguros. Por lo tanto, es necesario un impulso explícito para garantizar que los tipos de productos utilizados habitualmente por la comunidad negra lo sean.
La carga de navegar las tablas de ingredientes, el marketing falso de las empresas los precios y las presiones sociales sigue recayendo en el individuo. Así que mientras seguimos presionando para que existan productos mas seguros, es importante que también trabajemos para derribar las barreras sociales más amplias que impiden la compra y el uso de este tipo de productos. Por ejemplo, la ley CROWN, que protege contra la discriminación capilar por motivos de raza en el lugar de trabajo y en las escuelas públicas y privadas K-12, ha sido aprobada en 18 estados y a nivel federal ha sido aprobada recientemente por la Cámara de Representantes (¡ahora pasará al Senado!). Si bien el impacto de esta ley aún es desconocido (en parte debido a lo reciente de su promulgación), este giro es un importante paso hacia un escenario de justicia en la belleza.
He estado metida en este campo de uno u otra forma por casi una década y he llevado mi pelo con rizos desde que tengo 21; y, aun así, todavía sigo tratando de entender su textura, construir una rutina para peinarlo y qué productos usar. Mi inseguridad más grande es lo mismo por lo que la gente me hace cumplidos todo el tiempo. Sigo enfrentádome a las mismas presiones para alisar mi pelo si tengo un evento o una presentación importante. He entendido que el progreso es un proceso gradual – mi relación con mi pelo no cambió de la noche a la mañana, pero he venido trabajando en aceptarlo tanto es sus días buenos como malos y en no dejar que se interponga en eventos, oportunidades y experiencias. Y tal como mi viaje capilar, los avances en el movimiento por la justicia de la belleza han sido graduales, pero estamos viendo que tiene gran ímpetu.
Marissa Chan es una estudiante de doctorado en ciencias de la salud poblacional en el Departamento de Salud Medioambiental de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard. Sígala en Twitter en @marissawchan.
Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico para reimaginar soluciones para un planeta justo y saludable.